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Por Samuel Cantón Zetina / @SamuelCanton
En un nuevo año, la pregunta vuelve a ser por qué en México la justicia se consigue a manera de milagro y no como un valor cotidiano y fundamental de la convivencia.
Cuando la justicia no se reduce al mero rasero del que puede pagar un veredicto justo, y del que no, el pueblo tiene que recurrir a la fuerza o a la violencia para lograr el milagro.
El 24 de diciembre, un humilde vendedor de tamales fue arrollado y muerto por un conductor que, ebrio, circulaba a exceso de velocidad.
La policía de Cuautitlán Izcalli hizo su parte, lo que en sí fue ya otro milagro, y detuvo al responsable cerca de su domicilio.
Sin embargo, 48 horas después lo soltó y puso bajo arresto domiciliario (para que pasara Nochebuena y Navidad con los suyos).
Por el estatus económico del difunto, las autoridades del estado de México calcularon que no habría presión o fuerza en la exigencia de justicia.
Los parientes del asesino imprudencial ofrecían indemnización: dinero a cambio de la vida de un pobre.
Como decimos en México, la familia de la víctima “se puso abusada”, y bloqueó carreteras para evitar la vergonzosa impunidad.
El horror tuvo que llegar a Palacio, donde el presidente Obrador, en plena Mañanera, comprometió al gobernador Alfredo del Mazo a revisar el tema.
Este, ni tardo ni perezoso, se echó un clavado en la demagogia: “No debe haber injusticias ni que estas situaciones pasen sin consecuencias”.
“Generoso”, ofreció “acompañamiento” legal y económico a la familia.
No es el punto, ni lo que los deudos de Jorge Claudio Mendoza demandan.
Piden y pedían lo mínimo: que se haga justicia, por elemental derecho, sin tener que cerrar calles o radicalizar protestas.
¿Cuándo habrá justicia real en todos y cada uno de los estados?
¿Cuándo dejará de depender del capricho y de los intereses de los políticos?
¿A qué generación de mexicanos le tocará ver el cambio trascendente de una justicia ejemplar?
En fin: tampoco en este año perderemos la esperanza…