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¿DÓNDE ESTÁN LOS ALCALDES? UN AÑO DE PROMESAS ROTAS

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Por Víctor González Herrero / @VicGlezHerrero

Ha pasado ya, un año desde aquel domingo 2 de junio del 2024, cuando en Hidalgo se renovaron las 84 alcaldías en una jornada electoral que, como cada elección, movió cierta esperanza, promesas de transformación y discursos que nos recordaban cada vez, la “gran cercanía” de los candidatos con la gente. A doce meses de distancia, el panorama es muy distinto al que se pintó en los recorridos, mítines y entrevistas. En la mayoría de los municipios hidalguenses, reina el desencanto ciudadano, alimentado por la falta de resultados concretos, la permanencia de prácticas ineficaces y una desconexión entre los presidentes municipales y las necesidades reales de la población.

La administración municipal representa, en teoría, el primer contacto entre el ciudadano y el poder público. Son los alcaldes quienes deberían ser la cara visible del gobierno, los que escuchan las quejas sobre la basura sin recoger, el alumbrado público descompuesto, las calles llenas de baches, la falta de agua, el deterioro de los parques y jardines. Son ellos quienes deberían ofrecer respuestas inmediatas a los problemas diarios. Sin embargo, en la mayoría de municipios, esta lógica ha sido sustituida por una dinámica de soberbia, oficinas cerradas, vehículos y ropa de lujo, eventos faraónicos, y una visible carencia de sensibilidad y compromiso.

El descontento popular es evidente. Basta meterse a las redes sociales regionales y locales o escuchar platicas en los mercados, cafés y plazas públicas para notar una queja común: “este cuate no ha hecho nada” “la presidenta no sabe trabajar”, “no se ve el cambio”, “puras promesas”. En muchos casos, los ciudadanos sienten que simplemente se cambió de nombre y de partido, pero no de forma y fondo. Otros alcaldes, han optado por el bajo perfil, escudándose en la excusa del estado en que recibieron la administración municipal, mientras otros tantos, repiten fórmulas fracasadas, sin innovar ni escuchar a quienes los llevaron al poder local.

Sin embargo, si hay excepciones que merecen ser destacadas. Una de ellas es la capital del estado, Pachuca, donde Jorge Reyes ha logrado mantener una aprobación ciudadana que no es producto de una estrategia de imagen, sino de acciones concretas. Su llegada al poder no fue sencilla: recibió una administración financieramente colapsada, con deudas considerables, desorden administrativo y desconfianza generalizada.

Su antecesor, Sergio Baños, dejó una ciudad sin rumbo, calles destrozadas, plagada de rezagos, tranzas en todas las áreas y con una ciudadanía harta.

Contra ese escenario adverso, Reyes Hernández optó por gobernar con los pies en la tierra. Su estrategia ha sido simple pero eficaz: resolver lo básico. Desde el primer momento puso manos a la obra para rehabilitar calles, asignando más de 50 millones de pesos a la obra pública de mantenimiento urbano. Entendió que una ciudad donde las calles están intransitables y oscuras es una ciudad que se percibe como abandonada. Lanzó también las llamadas “Faenas de la Transformación”, jornadas comunitarias de limpieza y rescate de espacios públicos, en las que no solo se involucró su equipo, sino también ciudadanos que por años no habían sido tomados en cuenta.

En materia de seguridad, aunque Pachuca no es ajena al problema nacional, ha dado pasos importantes para recuperar espacios con presencia policial, rehabilitando módulos de vigilancia y mejorando la relación entre la corporación y la comunidad. Uno de los aspectos más relevantes de su gestión ha sido el enfoque inclusivo y democrático en la toma de decisiones. Un ejemplo simbólico: la designación de la titular de la Secretaría de las Mujeres se hizo mediante consulta ciudadana, un ejercicio inédito que mandó un mensaje claro de apertura y compromiso con la participación ciudadana.

Pachuca muestra que sí se puede gobernar con sensibilidad, aunque los recursos sean escasos. Pero lo más importante es que muestra que el liderazgo municipal no tiene que ser burocrático ni lejano. Reyes ha entendido el papel del alcalde como facilitador, como enlace entre lo institucional y lo humano.

¿Y el resto del estado? En la mayoría de los municipios el escenario es de estancamiento. Hay cabildos fracturados, gobiernos que no han rendido cuentas claras, alcaldes que han optado por la autopromoción en lugar del trabajo de campo. En algunos casos, los presidentes municipales se han alineado con grupos políticos o económicos que los desconectan de sus votantes. En otros, simplemente no hay rumbo, no existen. Las prioridades están mal definidas, los recursos mal ejecutados o subutilizados, y la ciudadanía lo percibe.

No se trata de exigir milagros en 12 meses, pero sí de reconocer que un año es tiempo suficiente para marcar un estilo de gobierno, para iniciar acciones visibles y para demostrar voluntad política. La administración municipal tiene límites presupuestales, sí, pero también tiene herramientas legales, sociales y comunitarias para construir soluciones desde lo local. La inercia, la omisión y el silencio son decisiones que también pesan, y mucho.

Hoy, cuando se cumple el primer aniversario de ese cambio político en los ayuntamientos, vale la pena recordar que los engranes del poder municipal son los que permiten —o impiden— que las cosas funcionen. Un municipio eficiente no necesita megaobras ni discursos machuchones: necesita orden, planeación, contacto ciudadano y una ética mínima de servicio. Necesita alcaldes que no se escondan, que no le teman a la calle, que se ensucien los zapatos.

El tiempo corre. Les quedan poco más de dos años para corregir el rumbo o profundizar el desencanto. La ciudadanía ya no se conforma con palabras bonitas ni informes llenos de cifras sin contexto. Espera hechos, resultados y, sobre todo, cercanía.

Si no lo entienden, el juicio ciudadano en las próximas urnas será implacable.

Al Tiempo.

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