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LA SINIESTRA CONJURA DE LUIS ECHEVERRIA CONTRA BIEBRICH

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AQUELLA CONJURA CONTRA BIEBRICH

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*  Ahora que en el escenario de la política nacional se revive la intención de desaparecer los poderes en Tamaulipas y Guanajuato, por los altos índices de criminalidad que agobian a sus habitantes, vale la pena recordar que en el sexenio de Luis Echeverria Álvarez, en la época autoritaria del PRI de los años 70s, se armó una estrategia para derrocar al entonces joven gobernador de Sonora, Carlos Armando Biebrich

De la pluma de Antonio Ortigoza Aranda (q.e.p.d)

Especial de Expediente Ultra / Fotos especiales

Hombre dinámico al lado del que fuera  senador y después gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán, en las labores proselitistas del candidato Luis Echeverría, por medio de las Brigadas del Camino, el joven sonorense Carlos Armando Biebrich se sintió en los cuernos de la luna, cuando en l973 el ya presidente y a quien consideraba su segundo padre, le comunicó en Los Pinos que debía renunciar a la Subsecretaría “A” de Gobernación, porque “el Partido Revolucionario Institucional lo había seleccionado como candidato a la gubernatura de Sonora”.

Carlos Armando apenas tenía 33 años y la Constitución sonorense fijaba una edad mínima de 35 años para quien aspirara a ser gobernador, pero eso no fue problema. Bastó que Echeverría lo ordenara para que el Congreso de Sonora se reuniera de urgencia y modificara la Carta Magna estatal. Faltaba más.

Biebrich realizó una campaña política intensa y brillante, al estilo de la hecha por su gran hacedor. Los enterados sostienen que el propio Echeverría llegó a Sonora a darle apoyo, al lado de Alfredo Vladimir Bonfil, el nuevo líder de la Confederación Nacional Campesina, el de la frase aquella de tan servil esencia hacia Echeverría: “A una voz suya, señor Presidente, este país se incendia o se apacigua”.

Dos años después, ya gobernador Carlos Armando, muerto en un supuesto accidente aéreo Bonfil y elevado a líder cenecista el bandolero agrarista Celestino Salcedo Monteón, en Sonora, ganaderos y agricultores pese a la enjundia del joven gobernante, veían con desencanto que los apoyos prometidos en la campaña seguían en lista de espera.

Y así, con los ánimos caídos, los dirigentes de las uniones ganaderas y agrícolas de Sonora acudieron invitados por Biebrich a un acto agrario que encabezaba Echeverría, acompañado por Augusto Gómez Villanueva y Oscar Brauer Herrera.

Ahí esos hombres le reclamaron al Presidente el escaso apoyo federal a su labor y Carlos Armando, en un acto de osadía política, tomó el micrófono para hacer suyo el reclamo de los productores y señaló (palabras más, palabras menos): “Señor Presidente, los culpables de lo que aquí se ha denunciado, son el jefe del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización y el secretario de Agricultura y Ganadería, aquí presentes”.

Según las crónicas, se hizo el silencio, hasta que uno de los ganaderos gritó: “¡Esos son huevos, Carlos Armando!” Por supuesto, nada logró el joven gobernante. En octubre de ese l975, un grupo de supuestos campesinos, encabezado por siete líderes ampliamente conocidos por sus malos manejos, invadieron tierras del Valle del Yaqui, concretamente en el paraje denominado San Ignacio Río Muerto, del municipio de Guaymas.

Biebrich recibió la denuncia en el palacio de gobierno de Hermosillo y mandó a llamar a quien, por recomendación del secretario de la Defensa, Hermenegildo Cuenca Díaz, había nombrado director de la Policía Judicial de la entidad, el coronel Francisco Arellano Noblecía. Las órdenes del joven gobernador al militar fueron  terminantes: “Resuelva el problema, pero sin un solo tiro”.

Y Arellano Noblecía al frente de una veintena de agentes judiciales llegó a San Ignacio Río Muerto. Al detectar a los invasores, rodilla a tierra todos dispararon y los siete líderes quedaron muertos con sendos tiros en la cabeza. El coronel había recibido instrucciones en ese sentido de su verdadero jefe, el secretario de la Defensa Nacional, quien simplemente lo reintegró a las filas militares para evitarle molestias con el gobernador.

Desesperado por el escándalo, Biebrich vanamente intentó hablar telefónicamente con Echeverría. El Presidente simplemente le había dado la espalda por haber ridiculizado ante él meses antes a Gómez Villanueva y Brauer Herrera, quienes, evidentemente, mucho había tenido que ver en la invasión al Valle del Yaqui y la consecuente solución que le había dado Arellano Noblecía por órdenes del alto mando militar.

Lo demás forma parte de la historia. Gómez Villanueva, Brauer Herrera, Salcedo Monteón, y los líderes de la Central Campesina Monteón y del Congreso Agrario Permanente, Humberto Serrano Pérez, en cuestión de horas se reunieron para suscribir el llamado “Pacto de Ocampo” y en manada se fueron a Sonora para exigir la desaparición de poderes del estado y prisión para Biebrich.

El gobernador estaba solo en el mundo y prefirió abdicar, antes que permitir la desaparición de poderes. Y así un anciano enfermo y desarraigado de Sonora por al menos 20 años, Alejandro Carrillo Marcor, llegaba a la entidad por órdenes de Echeverría para cubrir el interinato, mientras que Biebrich era objeto de la más feroz persecución por parte de la policía federal (se dice que encabezada por Fernando Gutiérrez Barrios) que no sólo pretendía arrestarlo por homicidio, sino también por narcotráfico y enriquecimiento ilícito, no en balde tanto en la casa de gobierno como en la particular le “sembraron” joyas, dinero, abrigos de mink y drogas. Al lado de su esposa Carlos Armando tuvo que abandonar el país, porque también contra ella intentaba cebarse el odio presidencial.

Cuando era gobernador

Después de estos hechos, el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización se convirtió en Secretaría de la Reforma Agraria. Gómez Villanueva probaba así, por vez primera, el ser secretario de Estado y… presidenciable.

Pero algo pasó en el ánimo de Echeverría quien decidió que Augusto dejara en paz las cuestiones agrarias y mejor se convirtiera en presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, desde donde tuvo el gusto de tumbar a otro gobernador, el entonces de Hidalgo, Otoniel Miranda, por el simple hecho de que éste se negó a liberar de la cárcel a un consumado delincuente hidalguense. “Entrégamelo o te vas a arrepentir, Otoniel” dijo Augusto, según las fuentes. Poco después, al estilo Sonora hubo campesinos muertos, con la diferencia de que en Hidalgo sí hubo desaparición de poderes.

Pero, bueno, ¿qué pasó con el coronel Arellano Noblecía? Siete años después  de la matanza de San Ignacio Río Muerto, ya convertido en general al hombre se le vio como militar comisionado por el Estado Mayor Presidencial (o sea por el general Miguel Ángel Godínez Bravo) en el ya agonizante régimen de José López Portillo, como uno de los jefes de la seguridad del candidato presidencial Miguel de la Madrid Hurtado.

Siempre violento, durante la campaña delamadridista Arellano Noblecía, cuando se le pasaban las copas,  pregonaba que él sería el sucesor del ya apestado y condenado general “de multiplicación” Arturo Durazo Moreno, en la Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal. Pero cometió el error de agredir en una de las giras proselitistas del señor de las dos emes, nada menos que a los periodistas, entre ellos mi amigo de toda la vida, Joaquín Herrera Díaz.

Joaquín cubría la campaña por el diario Rotativo donde el que esto escribe era jefe de información. Me mandó por télex la columna diaria que tenía encomendado escribir sobre los incidentes de la gira y en esa tocaba el caso de la agresión de Arellano Noblecía a los colegas. La leí, inmediatamente supe de quién se trataba, pero el escrito para nada incluía lo de San Ignacio Río Muerto y menos el caso Biebrich.

Me habló por teléfono para preguntarme sobre el envío. No dudé y le recordé todo lo que sabía del militar de marras. “Toño, tienes razón. Rompe la columna que tiene en las manos; en 30 minutos de mando una nueva”, me dijo Herrera Díaz.

Y, en efecto, media hora después tenía la nueva columna. Al día siguiente, Arellano Noblecía fue despedido del equipo de seguridad de De la Madrid y él, por su parte, se despidió de su sueño de convertirse en jefe de la policía capitalina.

Dieciocho años después, ya en el régimen de Vicente Fox Quesada, Arellano Noblecía logró colarse como uno de los más importantes comandantes operativos de la Policía Federal Preventiva, bajo las órdenes directas del secretario de Seguridad Pública federal, Alejandro Gertz Manero.

Muchos medios le recordaron sus crímenes de 1975 en Sonora y simplemente hizo mutis, pues ninguna autoridad del gobierno del cambio osó cesarlo y menos ponerlo tras las rejas.

Algo así como lo que seguramente pasará con el ex presidente Luis Echeverría, quien se carcajea de sus víctimas y críticos y se dice muy, pero muy lejos de la prisión.

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