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Por Samuel Cantón Zetina/@samuelCanton
Como si la pandemia ya hubiera terminado, y fuera posible regresar a la vida anterior, están pasando en México dos cosas difíciles de creer: las restricciones para evitar contagios siguen sin ser respetadas, y ya se generaliza la idea de que las vacunas “no sirven”.
La tragedia no solamente no termina, sino que tiende a empeorar por el hallazgo de nuevas cepas del SARS-CoV-2 en Gran Bretaña y África.
Es decir: cuando empiezan a haber inyecciones contra la versión del virus surgida en diciembre del 2019 en Wuhan, China, surgen otras -mas contagiosas- contra las que el biológico alcanzado en tiempo récord de un año, no tiene por qué servir.
Con esa información, sin embargo, la gente continúa en una actitud irresponsable de negación, y ahora, para coronar la mala actitud, empieza a descalificar las vacunas.
No reflexiona en que se trata de un antídoto logrado a marchas forzadas -lleva años tener uno 100% confiable; en décadas no se ha conseguido contra el VIH-, que ha sido aprobado de emergencia para salvar vidas, y que es preferible a cruzarse de brazos en espera de una solución perfecta.
En vez de eso, arrancó una campaña contra la vacuna, principalmente por el caso de una doctora de 32 años de NL, con antecedentes de rechazo al Trimetropim con sulfametoxazol, que registró una reacción alérgica.
Pfizer aseguró que es la primera vez que un cuadro semejante se presentó tras la aplicación del inóculo. En España, de tanto que se ha dicho de la vacuna, el 30% de la población se niega a ponérsela. Su gobierno ya advirtió que registrará a todo renuente.
Van 82 millones de positivos -20 millones en EEUU- y 1.8 millones de muertos, con un repunte pavoroso de casos y defunciones.
Y falta el balance de infectados por las fiestas de Navidad y fin de año.
Lo último que deberíamos estar haciendo a estas alturas es incumplir con las previsiones y denostar los esfuerzos -ciertamente desesperados- por contener la amenaza.
